Hacienda y Convento del Loreto

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Hacienda y Convento del Loreto

Hacienda y Convento Nuestra Señora de Loreto

  • Originario del siglo XIV, destacan su Iglesia, construida entre 1716 y 1732, y la Torre Mocha del Loreto. El conjunto está declarado Bien de Interés Cultural.
  • Dirección: Calle Camino de Loreto, 1903, 41807 Espartinas, Sevilla
  • CP: 41870
  • Localidad: Espartinas
  • Teléfono: 954 11 39 12
  • Fax: 954 11 42 24
  • E-mail: osmloreto@provinciabeticafranciscana.org
  • Coordenadas GPS: -6.148036, 37.38353

La devoción a la Virgen de Loreto, patrona de Espartinas y del Aljarafe, es sin duda una de las más antiguas y arraigadas de Andalucía, pues desde el siglo XIV los habitantes de los pueblos de esta comarca y también muchos de la metrópoli hispalense han venerado, con diversas advocaciones y en diversos templos, pero siempre en el mismo lugar, a una pequeña imagen de la Madre de Dios hallada de forma milagrosa hace más de seiscientos años en un paraje natural privilegiado, y custodiada desde hace casi cinco siglos por muchas generaciones de frailes de San Francisco. De esta secular historia, rica en hombres santos, en famosos personajes y anónimos devotos, y del patrimonio artístico que gracias a la devoción de todos ellos ha ido atesorando este monasterio, trataremos en las líneas que siguen. La leyenda más antigua y difundida sobre el hallazgo de la imagen de la Virgen es la que se encargó de recoger fray Francisco de Angulo en la crónica que de este convento escribió el año 1584, noticias que a su vez serían después plasmadas por el padre Francisco Gonzaga, General y Cronista de la orden, en su enciclopédica obra publicada en Roma tres años más tarde.

Esta leyenda, que según se afirma se basa en una tradición transmitida de padres a hijos, sitúa los hechos en el Sábado Santo del año 1384, cuando la Virgen María, atendiendo las oraciones de unas cristianas que estaban cautivas en Berbería (nombre que designa genéricamente los lugares ocupados entonces por los musulmanes), acude para socorrerlas y liberarlas de aquel trance, de tal forma que cuando las esclavas despiertan de su sueño se encuentran a unos cincuenta pasos de la torre llamada de Loreto (este lugar está indicado por un crucero de ladrillo que aun subsiste). Añade la historia que, al enterarse del suceso, los habitantes de la cercana población de Umbrete se llevaron consigo la Imagen al pueblo, alojándola en la iglesia parroquial, y hospedaron en sus casas a las dos cautivas, pero de forma milagrosa la Virgen volvió al sitio de su aparición, por lo que los lugareños comenzaron en seguida a darle culto, primero en la mencionada torre, y poco después en una ermita que se construyó junto a ella.

Existe otra versión bien diferente sobre las circunstancias que rodearon el hallazgo de la imagen, que podría calificarse de apócrifa, pues goza de muy poco arraigo histórico entre los frailes de Loreto y los devotos; está recogida en un manuscrito redactado en 1714 y atribuido al franciscano Felipe de Santiago , que retrasa en un siglo, quizá confundiendo la versión anterior, la fecha de aquel acontecimiento, situándolo el 2 de febrero de 1484, y según el cual la Virgen fue encontrada por una familia vecina de Espartinas, que cuando se dirigían andando hacia Sanlúcar la Mayor, en una época de gran necesidad, rezaron a la Virgen para que les ayudase, y fue entonces cuando hallaron junto a un olivo unos panes con los que pudieron comer, y al punto vieron que en el árbol se hallaba oculta una imagen de la Madre de Dios. Este segundo relato contiene también un detalle sorprendente, por otra parte imposible de verificar, como es la posible procedencia italiana de la talla, pues se dice que este dato figuraba en un manuscrito que apareció junto a ella, en el cual se afirmaba que procedía de la iglesia de Sta. María de las Huertas de Nápoles, y que fue traída hasta aquí y escondida en el tronco de un olivo por unos frailes que vinieron a predicar a Sevilla y después sufrieron martirio en Marruecos.

Ambos relatos coinciden en que la advocación con que fue originalmente venerada la Virgen fue la de Santa María de Valverde, seguramente porque quienes la encontraron no conocían otra, y le dieron por ello una que aludía al lugar de su hallazgo, un valle verde y florido. Andando el tiempo, el nombre fue asimilándose al de Lorete y más tarde al de Loreto, lo que se debió según Ortiz de Zúñiga a que la torre militar que sirvió de primera ermita tenía una antigua inscripción que la llamaba “Turris Lauretana” , lo que hizo que la finca o heredamiento en que se hallaba se conociese con el nombre de Lorete o Loreto, que más tarde, posiblemente por analogía con el de la Virgen italiana del mismo título, fue adoptado definitivamente por los frailes. Lo cierto es que, según hemos podido comprobar, este cambio de advocación no fue brusco, sino que durante siglos convivieron ambos nombres, y todavía en documentos de principios del siglo XVII se utilizaban las dos advocaciones de Valverde y de Loreto indistintamente, siendo a lo largo de este siglo cuando se fijó definitivamente el segundo de ellos.

Fundación del monasterio. Patronos y bienhechores.

El ya citado padre Angulo es quien nos ofrece todos los datos sobre la fundación en el heredamiento de Loreto, junto a la ermita de la Virgen, de un monasterio de frailes menores de la Orden de San Francisco de Asís, acontecimiento que tuvo lugar el día 25 de agosto del año 1525. Los promotores de tal fundación fueron los propietarios de la hacienda junto a la cual se encontraba la ermita, el matrimonio sevillano formado por Enrique de Guzmán, de la familia del duque de Medina Sidonia, y su esposa María Manuel, llamada por Ortiz de Zúñiga María Ortiz Manuel, quién según el padre Ortega sería descendiente del Infante Don Manuel, hijo de San Fernando. El origen de tan piadosa iniciativa parece que fue un desgraciado accidente ocurrido a doña María cuando transitaba a caballo por el puente de Triana, a causa del cual sintió herido su orgullo, por lo que, interpretando el hecho como una llamada de Dios a dejar la vida frívola, decidió retirarse a su hacienda de Loreto, haciendo votos de fundar allí un convento de hijos de San Francisco, a lo cual, por no tener descendencia, dedicó el matrimonio buena parte de sus bienes. El hecho es que los mencionados señores recibieron con fecha 13 de junio la necesaria licencia del Arzobispo de Sevilla, don Alonso Manrique,  y el 25 de agosto dieron posesión de la ermita y terrenos para la nueva fundación al padre fray Juan de Medina, que era por entonces Provincial de la Orden, en presencia del alcalde mayor de Umbrete, Alonso de Gaete, el alguacil mayor del Arzobispado, Fernando de Alvarado, y numerosos vecinos de Espartinas y otros pueblos cercanos. El primer Guardián del convento fue fray Juan de Granada, de quien el padre Angulo afirma que vivió aquí hasta 1533, y que vestía un basto hábito de sayal al modo de los primeros franciscanos, no comía carne y llevaba una vida austera y penitente, por lo que a su muerte se extendió pronto su fama de hombre santo. A los pocos años de la fundación, doña María Manuel, ya viuda, vendería la hacienda de Loreto al conde de Castellar y se retiraría al sevillano convento de Santa Clara, aunque después tomó el hábito de la Orden de las Clarisas en el también sevillano convento de Santa María de Jesús, donde murió en 1543. El patronato de Loreto pasó luego a Pedro Manuel, hermano de la fundadora, y en manos de esta familia permanecería hasta comienzos del siglo XVII .

Durante la segunda mitad del siglo XVI el convento funcionaba como Casa de Estudios, de la que sabemos que acogía por entonces a unos treinta frailes que cursaban Filosofía. Pues bien, el año 1583, por disposición del General fray Francisco Gonzaga, Loreto se convirtió, probablemente por su singular emplazamiento, en el primer convento de la Provincia de Andalucía que acogió una comunidad de frailes recoletos, que seguían un régimen de vida aprobado en 1523, caracterizado por la austeridad y la observancia estricta de la Regla de San Francisco, siendo primer Guardián de esta etapa fray Andrés de Úbeda. Pocos años después, según el padre Ortega, este convento pasó a ser el primero de la Recolección andaluza donde se cursaron los estudios de Artes, que junto a la Teología componían la formación de los sacerdotes. Siguiendo de nuevo las noticias proporcionadas por el padre Gonzaga, sabemos que a finales de siglo vivían en Loreto 36 religiosos sacerdotes, 20 estudiantes y 10 legos. En estos últimos años de la centuria se recibió en el monasterio un relicario conteniendo un hueso de uno de los franciscanos mártires del Japón, acompañado por dos importantes documentos, que aun se conservan en el Archivo, como son la auténtica firmada por el padre Marcelino de Ribadeneira el 24 de mayo de 1599, y una relación de aquél martirio redactada por el portugués Pedro Martínez en 1597 ; es posible que  esta reliquia puede corresponderse con alguna de las que se guardan en los dos relicarios octogonales de madera con labor de taracea que hoy están en la sacristía.

A comienzos del siglo XVII el sevillano Antón Guerra ofreció a los frailes de Loreto terreno y capital para fundar un convento en Triana, iniciativa que no prosperó, pero sin duda el hecho más notable ocurrido en el convento con el cambio de siglo fue la concesión del patronato a los terceros condes de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel y su esposa Inés de Zúñiga y Velasco . Efectivamente, el día 30 de enero de 1610 se reunieron en Cabildo presidido por el Guardián fray Juan Barrasa los religiosos que entonces moraban en Loreto, y acordaron, con la licencia que para ello tenían de su Provincial, conceder el patronato perpetuo a dichos condes, que desde entonces podrían tener en la capilla mayor bóveda para su entierro y el de sus descendientes, por cuyas almas los frailes dirían cuatro misas rezadas cada día, y otras cantadas en las principales solemnidades; por su parte, los patronos se obligaban a dar al convento cada año 150 fanegas de trigo sacadas de las villas de Olivares y Heliche, así como 60 fanegas de cebada y 400 ducados en metálico, además de ayudar puntualmente al mismo con limosnas esporádicas para obras y reparos en sus dependencias. El 5 de febrero tomó posesión del patronato Baltasar Romero, en nombre de los condes, que residían en el Alcázar de Sevilla. Hay que decir que no resulta nada extraño el deseo de los condes de Olivares de hacerse con este patronato, pues ésta fue una constante en la vida de don Gaspar de Guzmán, la acumulación de títulos, prebendas y patronazgos de diversa índole, pero también hay que hacer notar la devoción que en su Casa se había tenido siempre por los hijos de San Francisco, siendo así que su padre, el segundo conde Enrique de Guzmán, había hecho voto antes de morir en 1607, de fundar un monasterio de esta orden, deseo que no cumplió su hijo hasta el año 1626, en que se estableció en Olivares el convento de Ntra. Sra. de la Expectación, que ocuparon los franciscanos descalzos y que luego pasaría a Castilleja de la Cuesta. No tenemos más noticias del patronazgo de estos condes en los años siguientes, y aunque suponemos que su marcha a Madrid a partir de 1615 enfriaría estas relaciones, no obstante parece que las obligaciones de ambas partes siguieron cumpliéndose al menos hasta la muerte de don Gaspar en 1646. Pocos años después comenzaría una nueva etapa con la vinculación que los frailes de Loreto establecieron con los condes de Castellar y marqueses de Moscoso, y así sabemos que ya en 1649 Fernando de Saavedra, caballero de Alcántara, legaba al convento mil ducados de renta cada año, sacados de los frutos de su heredamiento o finca de Tablantes, con el fin de que se aplicasen para el sustento de los profesores y estudiantes de la casa franciscana. Años después, concretamente el 4 de enero de 1663, el Ministro Provincial de la orden, fray Francisco de Sucenilla, concedió los derechos del patronato al sucesor del anterior, don Juan de Saavedra Alvarado Ramírez de Arellano, quien se obligó a ensanchar la bóveda de enterramiento para su familia y los religiosos, así como a adornar a su gusto la capilla mayor de la iglesia, donde colocó dos lápidas con su escudo de armas, fechadas en 1665, y que aun hoy se conservan en el mismo lugar .

Además de los patronos oficiales, y muchas veces en mayor medida que éstos, un grupo fundamentalmente de clérigos se constituyeron en bienhechores del convento, ayudando al sustento de los frailes y sobre todo a costear con sus donativos importantes reformas materiales del cenobio, supliendo así la poca dedicación de los religiosos a estos menesteres, debido al voto de pobreza que profesaban. Entre los más ilustres podemos citar al Cardenal don Fernando Niño de Guevara, quien por sus frecuentes retiros al palacio arzobispal de la cercana villa de Umbrete tuvo ocasión de entablar una estrecha relación con los franciscanos de Loreto, lo que hizo que en el año 1607 hiciese ampliar a su costa la iglesia del monasterio, a la que dotó de nuevos retablos, y donase ornamentos sacerdotales y un vestido para la Virgen; la renovada iglesia fue consagrada por el propio Cardenal el 22 de noviembre del mencionado año, y al día siguiente fue trasladado el Santísimo al nuevo altar, con la asistencia de los canónigos de la catedral de Sevilla y de muchas personas de los pueblos vecinos . Otro personaje que ayudó a aumentar el patrimonio del monasterio fue el presbítero Juan de Tapia y Vargas, natural de Sanlúcar la Mayor, pero hacendado en la hoy desaparecida villa de Paternilla de los Judíos, que se encontraba entonces situada entre Espartinas y Villanueva del Ariscal, muy cerca de Loreto; este señor costeó la hechura del retablo de San Francisco, colateral al mayor en el lado del Evangelio, a mediados del siglo XVII, y posteriormente, en 1670, patrocinó igualmente las obras que sirvieron para transformar en oratorio la celda que había ocupado un siglo antes San Francisco Solano, siguiendo una loable iniciativa que había partido del entonces prelado sevillano don Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán . Y hacia esa misma fecha se realizaron las andas de plata en las que aun hoy procesiona la Virgen de Loreto cada 8 de septiembre, regaladas también por don Juan de Tapia, según se lee en una inscripción que figura en la parte superior del templete. Otro presbítero, llamado Diego de Torres Suazo, natural de Villanueva del Ariscal, miembro de una de las familias más acaudaladas de esta villa y que detentaba el cargo de Comisario de la Inquisición de Sevilla, demostró igualmente ser un gran benefactor de Loreto, con cuyos frailes debió mantener una estrecha relación; decimos esto porque, en su testamento, otorgado en 1697, mandaba que se le enterrase con el hábito franciscano bajo las vestiduras sacerdotales, a la vez que designaba como uno de sus albaceas al Guardián de Loreto, que lo era por entonces fray Francisco Hurtado, a quien legaba 300 ducados para que los emplease en lo que le pareciera más necesario, y de la misma forma mandaba que con otros 300 se hiciera un nuevo retablo para la imagen de San Diego de Alcalá, colateral al mayor en el lado de la Epístola . Pero el mayor bienhechor con que contó Loreto, nos atrevemos a decir que en toda su historia, fue un fraile que llegó al convento en los primeros años del siglo XVIII y en él vivió varias décadas; nos referimos al padre Francisco de San Buenaventura Tejada y Díez de Velasco, sevillano nacido de noble familia, del que sabemos que estudió Teología en Loreto y luego ejerció el cargo de Guardián dos veces entre los años 1724 y 1731; su noble linaje y las dotes personales de que hacía gala hicieron que dos años después fuese destinado a regir la Iglesia en el Nuevo Mundo, siendo nombrado primero Obispo auxiliar de la Florida, más tarde promovido al Arzobispado de Yucatán en Méjico, con residencia en la ciudad de Mérida, y finalmente, en 1752, al de Guadalajara en el mismo país, ciudad en la que falleció en 1760; Loreto guarda gran memoria de este religioso, del que se conservan dos retratos en pintura,  pues si bajo su impulso se construyó la nueva iglesia y se amplió el convento, de su propio pecunio costeó además las alhajas de plata que adornan a la Virgen, el retablo mayor de la iglesia, la imagen de San José y un magnífico pontifical de plata que aún se conserva.  

Santos y mártires. Loreto y la evangelización del Nuevo Mundo.

Un capítulo excepcional en la historia de este centenario convento es su contribución a la gran epopeya de la evangelización de América, pues de aquí partieron un buen número de hombres que con el tiempo llegarían a protagonizar páginas ciertamente brillantes en la implantación de la Iglesia en el Nuevo Mundo. Esta historia arranca en los primeros años de la fundación del convento, pues ya en la primera comunidad que lo habitó figuraba como sirviente un joven llamado Juan Calero, natural de la cercana localidad de Bollullos de la Mitación, el cual al poco tiempo se alistó con algunos otros religiosos en una expedición misionera que arribó al puerto de Veracruz, en Nueva España, a principios del año 1527. En el convento de la ciudad de México profesaría como hermano lego, y poco después partiría hacia el norte de la región con otros compañeros religiosos, con los que fundó el convento de Etzatlán, cerca de Guadalajara, y llevó a cabo la evangelización de los indios chichimecas, como consecuencia de lo cual padeció martirio el 10 de junio de 1541, considerándosele desde entonces por la Iglesia como el Protomártir, es decir, el primer mártir, de México.

Pero no cabe duda de que la figura más notable, desde el punto de vista espiritual, que ha pasado por Loreto en su centenaria historia es la de San Francisco Solano. Nacido en la localidad cordobesa de Montilla en 1549, profesó allí como franciscano veinte años más tarde, y en 1572 fue enviado por sus superiores a Loreto con el fin de estudiar aquí Filosofía y Teología; en el cenobio aljarafeño tuvo oportunidad de convivir con futuros misioneros, pudiendo decirse que fue en los siete años que pasó en él cuando maduró su vocación, pues en Loreto fue ordenado sacerdote en 1576, ejerciendo desde entonces y hasta finales de 1579 la predicación en los pueblos comarcanos, donde cultivó además con ardor su espíritu penitencial y caritativo, y donde se desarrolló otra de sus características más acusadas, como fue su acendrada devoción a la Virgen de Loreto, con la que él mismo decía que conversaba frecuentemente. Posteriormente, sería destinado a diversos conventos de Córdoba y Granada, y en 1590 partió como misionero hacia tierras americanas, llegando ese mismo año a la región de Tucumán, en la actual Argentina; no obstante, iba a ser en la ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú, donde ejercería su mayor labor de apostolado, desde que en 1595 fundase allí el convento recoleto de Ntra. Sra. de los Ángeles, erróneamente conocido como Los Descalzos. Su fama de santidad se incrementaría en los años siguientes, falleciendo en 1610 en el también convento limense de San Francisco, siendo declarado Beato en 1675, y canonizado por Benedicto XIII en 1726. Son muchos los recuerdos que de San Francisco Solano permanecen en Loreto, entre los que pueden citarse los cipreses que se hallan en el compás y que, según una piadosa tradición, fueron plantados por el propio santo. Se conserva igualmente la celda en la que moró durante los siete años que vivió aquí, situada en la galería alta del claustro mudéjar, y que como hemos mencionado fue convertida en oratorio a iniciativa del Arzobispo Ambrosio Ignacio Spínola, si bien merced a las limosnas de Juan de Tapia. En esta celda se colocó poco después una reliquia del santo que fue enviada desde Perú por un devoto en 1674, antes por tanto de su beatificación, y que aún se conserva, expuesta en un relicario de plata .

También vivió algunos años en Loreto, donde estudió y recibió el diaconado, el no menos célebre fray Luis Bolaños, otro de los más ilustres misioneros españoles. No conocemos la fecha exacta de su llegada a este convento, procedente de Marchena donde había nacido en 1550, aunque sí la de su salida de él, ocurrida en 1574, tras la cual en los siguientes veinte años puso en marcha en las tierras del actual Paraguay un novedoso método de evangelización, basado en lo que se conoce como las Reducciones, con las cuales a la vez que se humanizaba la vida de los indios guaraníes frente a las agresiones de los conquistadores, al mantenerlos unidos y pacificados resultaba más fácil su catequización, para lo cual resultó de gran valor la traducción que el padre Bolaños hizo del Catecismo Limense a la lengua guaraní. Fray Luis falleció en Buenos Aires en 1629, con fama de santidad . Pocos años antes, en 1612, habían partido del convento de Espartinas doce frailes, conocidos posteriormente como los Doce Apóstoles de Loreto, que llevaban el encargo de fundar la nueva Provincia Franciscana de la Asunción o del Río de la Plata, surgida de la unión de las anteriores del Paraguay y Tucumán. Estos y otros misioneros se encargaron de llevar hasta el Nuevo Mundo la devoción a la Virgen de Loreto, como lo atestigua la existencia en Lima, el año 1619, de una Cofradía con esta advocación mariana .

Por Loreto pasaron también otros misioneros que ejercerían su ministerio en las Indias Orientales, y en ese sentido sabemos que a finales del año 1614 llegó al convento el Beato fray Luis Sotelo, el cual, nacido en Sevilla en 1574, profesó como franciscano en la provincia que en Castilla tenían los Descalzos, y en 1600 pasó como misionero a Filipinas, trasladándose dos años después a Japón, donde ejercería una admirable labor evangelizadora y donde finalmente sufriría martirio junto a otros religiosos en 1624. Con fray Luis llegó a Sevilla en el citado año de 1614 una embajada que el señor feudal de la región nipona de Bojú había confiado al padre Sotelo, con el fin de solicitar a las autoridades españolas el envío de nuevos misioneros y sobre todo de estudiar la posibilidad de abrir una ruta comercial directa entre los dos países. Se dio la circunstancia de que, mientras el embajador japonés Hasekura Rokuyemon y su séquito se hospedaron en el Real Alcázar, fray Luis Sotelo y su compañero fray Ignacio de Jesús prefirieron retirarse a este convento de Loreto; pensamos que la razón de esta elección, en vez de permanecer en el convento de Sevilla como hubiera sido más lógico, fue que un hermano de Sotelo, Diego Caballero de Cabrera, Caballero Veinticuatro de Sevilla, poseía una hacienda cerca deLoreto, concretamente la de Megina, y conocía por ello bien a los frailes, y por otra parte el carácter recoleto del cenobio se acomodaba mejor que otros lugares al espíritu austero de fray Luis. Tras partir en noviembre hacia Madrid y luego hacia Roma, en 1617 la expedición estaba de vuelta en España, siendo así que durante el viaje de regreso el embajador japonés se fracturó una pierna, y se decidió que para su recuperación se instalase en Loreto, donde junto con Sotelo y otros japoneses pasaría los últimos meses de su estancia en España, hasta que en julio de ese año fueron obligados a abandonar el país . Sin duda la estancia de la exótica comitiva nipona, así como la impronta de una personalidad de la talla de fray Luis Sotelo, debieron marcar durante muchos años a la comunidad de Loreto, y avivar en el ánimo de muchos frailes las ansias de marchar a las tierras de misión. Por otra parte, otro ilustre compañero de Sotelo en Japón, fray Juan de la Cruz, sabemos que vivía en Loreto en 1643. Entre los numerosos religiosos que alcanzaron fama de santos, acreditada por diversos sucesos más o menos milagrosos,  y que vivieron en Loreto a lo largo de este siglo XVII, destaca la figura del ursaonense Baltasar de Cepeda, que fue Guardián entre 1601 y 1608, mientras que en el plano intelectual sobresalió fray Blas de Benjumea, autor de importantes obras de teología, quien llegó aquí procedente del convento de Ntra. Sra. de Gracia de Estepa, donde había tomado el hábito en 1632.

El tránsito al siglo XVIII significó la estabilización de la comunidad franciscana de Loreto, en la que en cierto sentido puede decirse que decreció la presencia de figuras destacables por su altura espiritual, debiéndose mencionar solamente en los primeros años la del portugués fray Juan de San Buenaventura, quien ocupó la celda de San Francisco Solano y murió en Sevilla en 1723, tras una azarosa vida apostólica. En esta época creció aun más la vinculación de los frailes con los habitantes de los pequeños pueblos de los alrededores, pudiéndose citar varios ejemplos de la misma, como el deseo de muchos de ellos de ser enterrados con el hábito de San Francisco, como se ve en sus testamentos, o las cuantiosas limosnas que legaban al convento; podemos citar como ejemplo de lo que decimos el caso de la Cofradía de la Vera Cruz de Espartinas, la cual celebraba cada año sendas procesiones, con estación en el convento de Loreto, los días de la Invención de la Cruz y Jueves Santo, como sabemos que sucedió en 1726 ; y otro caso que se repetía en otros pueblos, es el de la Hermandad Sacramental de Umbrete, que recurría cada año a cuatro o seis frailes de Loreto para que portasen la custodia con el Santísimo en la procesión del Corpus, al igual que otras hermandades los requerían para que cantasen en sus funciones litúrgicas.

Exclaustración y restauración de la comunidad.

Las convulsas circunstancias políticas y sociales que vivió España durante el siglo XIX afectaron, como a la mayor parte de comunidades religiosas, a ésta de Loreto. Conocemos la situación del convento a comienzos de este siglo, pasada ya la invasión francesa, gracias a un informe que redactó el entonces Guardián fray Juan Francisco Romero el 6 de enero de 1821, por orden del Vicario General del Arzobispado, con el fin de comprobar si su comunidad podría o no acogerse al decreto de reducción de conventos de religiosos emitido por las Cortes españolas en octubre del año anterior ; aseguraba el padre Romero que había entonces en Loreto 24 religiosos, 16 de los cuales eran sacerdotes, y que su misión además de la vida comunitaria era acudir a celebrar misa en los nueve pueblos más cercanos al santuario, administrar en ellos el Sacramento de la Penitencia, presidir entierros y predicar en distintas funciones, así como celebrar la Eucaristía los días de precepto para los trabajadores de las haciendas cercanas. En estos menesteres sorprendió a los religiosos la medida de la exclaustración de los regulares decretada por el Gobierno de la Nación en 1835, hecho que supuso el completo desmantelamiento de la comunidad franciscana de Loreto; sin embargo, puede decirse que este convento fue uno de los más afortunados dentro de su Orden, pues no cesaría en él el culto en los años siguientes, gracias a la presencia aquí de dos religiosos que fueron designados capellanes del Santuario por el Cardenal Cienfuegos (pues el convento era desde antiguo de patronato episcopal), y pudieron así mantener viva la llama de la extinta vida conventual. Efectivamente, desde 1832 vivía en Loreto el Venerable fray Miguel María del Toro y Gómez, conocido popularmente como el  “padre Miguelito”, a quien se debe la conservación material del conjunto monástico y de su espaciosa huerta, pero sobre todo el mantenimiento y universalización de la devoción popular a la Virgen de Loreto. Fue este religioso quien impulsó la celebración de la Novena anual en su honor entre los días 8 y 17 de septiembre (comenzando en la fiesta de la Natividad de la Virgen y finalizando en la de las Llagas de San Francisco), y compuso para Ella unas bellas Coplas o Gozos que aun hoy se siguen interpretando, con este conocido estribillo:

                                              “Los pueblos en su aflicción
                                                os aclaman este día.
                                                De Loreto, Madre mía,
                                                sed nuestra consolación”

Durante algunos años le acompañó en Loreto otro religioso, nacido en la vecina localidad de Espartinas, llamado Manuel Fernández, cuya causa de beatificación pretenden algunas personas impulsar en nuestros días, y quien hasta su fallecimiento en 1855 compartió con el padre Miguelito un incansable apostolado en los pueblos del Aljarafe, ganándose el cariño y la admiración de muchos de sus habitantes. A él dedicamos un capítulo más extenso en otro lugar. Ambos murieron con fama de santidad, siendo el funeral del padre Miguelito, fallecido en 1875, especialmente multitudinario ; posteriormente los cuerpos de ambos religiosos se colocaron en un enterramiento común, situado bajo el camarín de la Virgen, donde se colocó una lápida alusiva a su vida. Ambos cuentan con estudios biográficos, debiéndose el del padre Miguel al obispo don Manuel González, que fue  íntimo amigo suyo, y que hace pocos años ha sido declarado Beato por S.S. el Papa Juan Pablo II. 

Seis años después de la muerte de fray Miguel, cumpliéndose así al parecer una misteriosa profecía suya, y cuando ya se habían calmado los ánimos anticlericales en nuestro país, volvería a instalarse una comunidad de frailes menores en Loreto; efectivamente, en noviembre del año 1880 se presentó ante el Ministerio de Gracia y Justicia  por parte de fray Juan María Quillán, en nombre del Provincial de la disuelta comunidad franciscana de Bourges (Francia), una solicitud para instalarse con otros frailes en Loreto. El Cardenal Joaquín Lluch, consultado por el Ministro sobre la oportunidad de dicha instauración,  se apresuró a emitir un entusiasta informe, en el que apuntaba el bien que ello haría no sólo al propio Santuario, sino sobre todo en el apostolado de los pueblos de la comarca, y recordaba a la autoridad civil el patronazgo que desde hacía muchos años habían ejercido sobre el convento los sucesivos prelados hispalenses, gracias a lo cual se había mantenido el culto en él con la presencia continuada de dos capellanes. Atendiendo a estas razones, el Ministro Saturnino Álvarez se sirvió comunicar con fecha de 20 de diciembre al Cardenal Lluch la Real Orden por la que se resolvía favorablemente dicha solicitud ; al año siguiente ya se encontraban viviendo en el convento los 33 religiosos venidos de Francia, que tras la función religiosa celebrada el día 2 de julio de 1881 volvieron a implantar en Loreto la vida de la Recolección, es decir del franciscanismo más austero y observante. Finalizaría este ajetreado siglo XIX, muy difícil para la Iglesia, con otro hecho relevante, que pone de manifiesto la importancia que el Santuario había alcanzado ya en la diócesis, como fue la peregrinación que hasta Loreto llevaron a cabo el 29 de octubre de 1886 doce mil personas procedentes de Sevilla, presididas por el Cardenal Fray Ceferino González, en agradecimiento a la Virgen por haber preservado a la ciudad  de la epidemia de cólera que se había desatado el año anterior; de ello se conserva en la iglesia una lápida conmemorativa.

El auge de la devoción a la Virgen.

Puede afirmarse que el siglo XX se caracterizó en Loreto por el cénit alcanzado por la devoción popular a la Virgen, y a este hecho están vinculados los principales acontecimientos que han sucedido en el convento prácticamente hasta nuestros días. Muestra de ello es que el 2 de febrero de 1925 se constituyó en el convento la  Hermandad de Ntra. Sra de Loreto, con el fin de “propagar la devoción a tan milagrosa Imagen en todo el Aljarafe sevillano”; en esta misma época se revitalizó también la organización y la actuación de la Venerable Orden Tercera en los distintos pueblos (todavía se conserva en el convento un banco de madera que perteneció a la V. O. T. de Umbrete, fechado en 1797). Hecho triste pero de obligatoria reseña es también que, en mayo de 1931, la imagen de la Virgen hubo de ser llevada a la casa del doctor Servando Arbolí, en Villanueva del Ariscal, para ocultarla de la persecución religiosa que tuvo lugar en aquellos días. Por otra parte, no dejó el convento durante la pasada centuria de acoger en su seno a importantes figuras de la orden seráfica, cuyos nombres se encarga de recoger el padre Bernardino Romero, y entre los que cabe destacar a los portugueses fray Serafín Bartolo y fray Manuel Ferreira, así como fray Salvador de la Cruz Mayo .

El hecho más relevante ocurrido en Loreto a lo largo de todo el siglo XX fue sin duda la Coronación Canónica de la Santísima Virgen, que llevó a cabo el Cardenal don Pedro Segura el domingo 12 de noviembre de 1950, pocos días después de que el Papa Pío XII proclamase el Dogma de la Asunción de la Virgen. Precedieron a tan solemne acontecimiento una serie de actos preparatorios que fueron coordinados por el padre Santiago Gorostiza, tales como la Asamblea Mariano-franciscana celebrada en el convento sevillano de San Buenaventura el día 6, y ya en Loreto, una Jornada Misional el día 7, dedicada a fray Luis Bolaños, mientras que el 9 tuvo lugar en el Santuario el Día Mariano, actos todos que contaron con la presencia de los principales teólogos franciscanos del país; siguió un Triduo solemne con la asistencia cada día de varios pueblos, y finalmente, el día 11 llegó a Loreto una peregrinación de mil doscientos niños, y por la tarde se descubrió en el compás un Vitor, lápida de mármol gris, en recuerdo del padre Bolaños. A las diez de la mañana del día 12 se celebró en la explanada ante el convento, que fue bellamente engalanada para la ocasión con arcos y gallardetes, la Misa de la Coronación, de medio pontifical, que presidieron el Cardenal Segura y el Provincial de la Orden Seráfica fray Luis Jurado, con la asistencia de las primeras autoridades civiles, militares y eclesiásticas de Sevilla y de los pueblos aljarafeños, entre ellas representantes del Arma de Aviación que tienen a la Virgen por Patrona. Al término de la Eucaristía, durante la cual se estrenó el Himno de la coronación que aun hoy se canta, el prelado impuso a la Virgen y al Niño las nuevas coronas de oro, que fueron portadas por el Capitán General y el Gobernador Civil, y seguidamente se formó la procesión por el recorrido tradicional, esto es, por el campo, entre el estruendo de los cohetes y la intervención de la banda de la Policía Armada, que estrenó para la ocasión la marcha procesional “Loreto”, finalizando poco después de mediodía entre el clamor de los miles de devotos que asistieron al acto . 

En junio del año 1953 se produjo uno de los hechos más desgraciados en la historia del convento, como fue el incendio que afectó a la cubierta de su iglesia y el camarín de la Virgen, que pudo remediarse gracias a la rápida intervención de muchas personas de los pueblos circundantes. También el Ayuntamiento pleno de Espartinas, siendo alcalde don Manuel Mora,  se sumó con 500 pesetas a la cuestación pública organizada con tal motivo, según consta en el acta de la sesión capitular del día 4 de julio de ese mismo año, acordándose en ella aportar este donativo y “que una comisión del Ayuntamiento visite al Sr. Director, para ofrecerse en cuanto sea necesario la colaboración del Municipio y Autoridades Locales” . Pero la alegría volvería pocos años después, cuando en 1959  el Beato Papa Juan XXIII, que algunos años antes había tenido ocasión de visitar Sevilla, declaró oficialmente a la Virgen de Loreto Patrona del Aljarafe sevillano; con este motivo se organizó una procesión durante la cual la Virgen, acompañada siempre de dos frailes, visitó todos los pueblos de la comarca, con estancia de 24 horas en cada uno, muchos  de cuyos ayuntamientos concedieron a la Imagen el título de Alcaldesa Honoraria; el de Espartinas lo hizo en la sesión celebrada el día 25 de junio, según reza el acta de la misma: “Interpretando el Ayuntamiento de mi presidencia el sentir general del vecindario de Espartinas de querer honrar de una forma especialísima a Nuestra Celestial Señora la Santísima Virgen de Loreto que tiene su santuario en las inmediaciones de esta población, nombrada recientemente por la Santa Sede Patrona Oficial del Aljarafe sevillano y sabiéndose que como supremo homenaje de los pueblos visitados del mismo, se le viene nombrando Alcaldesa perpetua honoraria, considerándose este pueblo protegido por la Augusta Señora que según la tradición se dignó posar sus Divinas plantas en este término municipal, lugar en que se le conserva y venera, denominado Hacienda de Loreto, acordó dicha Corporación Municipal en sesión extraordinaria de 25 del corriente mes, por aclamación unánime, nombrarle Patrona Predilecta y Alcaldesa Perpetua Honoraria de Espartinas y que por ello sea confeccionado artístico pergamino con esta leyenda: El Ilustrísimo Ayuntamiento de esta villa, interpretando el unánime sentir de su vecindario, como reconocimiento de protección y amparo, concede a Nuestra Señora la Santísima Virgen de Loreto el Soberano y meritado título de PATRONA PREDILECTA Y ALCALDESA PERPETUA HONORARIA DE ESPARTINAS. Que se considere autorizada la Alcaldía para la ejecución de este acuerdo y que la entrega se realice en acto público con toda solemnidad” . La procesión extraordinaria comenzó en Umbrete el día 7 de junio, y concluyó en Espartinas el día 30 del mismo mes, mientras que los actos religiosos con motivo de la efemérides finalizaron el 2 de julio con una solemne función presidida por el Cardenal Bueno Monreal y el obispo franciscano Monseñor Aldegunde .

En el mes de noviembre del año 2000 se conmemoró el cincuentenario de la Coronación Canónica de la Virgen con un solemne Triduo, culminando los actos en la tarde del día 12 con una procesión extraordinaria de la Virgen por su recorrido tradicional. Con motivo de la efemérides se compuso un nuevo Himno con texto de fray Eduardo Calero, se editó una breve historia del Santuario y convento elaborada por el padre Bernardino Romero, en la que se incluye un nuevo texto para la Novena dedicada a la Virgen, y se colocó un retablo cerámico conmemorativo junto a la puerta de entrada al Santuario, así como una vistosa vidriera en la escalera de acceso al camarín. Finalizaremos esta reseña histórica señalando que en la actualidad los frailes de Loreto atienden dos parroquias (Espartinas y Umbrete), así como las capellanías de un colegio y varias comunidades de religiosas, además de seguir manteniendo el culto semanal en el Santuario, cada vez más visitado por el aumento de población en sus alrededores, hecho éste que, sin embargo, amenaza con destruir el idílico entorno natural que siempre caracterizó a este centro de espiritualidad mariana y franciscana.

De la Edad Media al siglo XVII

Las noticias que poseemos sobre la primitiva ermita se remontan a los años siguientes al hallazgo de la Virgen de Loreto, que fueron los finales del siglo XIV, y así el padre Angulo nos dice solamente que “en breve se hizo la ermita para la imagen, y casa y corral para el hermitaño, a cuyo cargo había de estar”; desconocemos por tanto cuál fuese el aspecto de este primer templo, que debió ser de pequeñas dimensiones y concebido en estilo gótico- mudéjar, pero sí que ocupaba el mismo lugar de la actual iglesia. Sí se conserva, sin embargo, la torre en la cual se dio culto a la Virgen en los primeros años: la conocida como Torre Mocha es una construcción de carácter militar de época cristiana que se halla en buen estado de conservación y que, por su semejanza con otras del mismo tipo como la existente en Albaida del Aljarafe, puede fecharse en la segunda mitad del siglo XIII , y formó parte del sistema defensivo instaurado en la comarca ante el peligro que en esa época existía de incursiones musulmanas por el oeste. Llamada en sus orígenes “turris lauretana”, tiene planta cuadrada, mide unos quince metros de altura y fue construida en mampostería y ladrillo con sillares en las esquinas, presentando sus macizos muros sólo un pequeño vano ojival en su parte oriental. En el interior, al que se accede desde este lado oriental por una puerta muy elevada respecto al suelo, tiene cuatro plantas a las que se llega mediante escaleras laterales, sirviendo la cuarta de azotea, mientras que dos de ellas se cubren con bóvedas rebajadas, y la central lo hace con bóveda de crucería; sabemos que el año 1755 la torre sufrió algunos daños como consecuencia del llamado terremoto de Lisboa, tras lo cual fue ampliamente restaurada.

De la fábrica original del convento que se labró en el siglo XVI, y que según el padre Gonzaga quedó concluida en 1528, sólo ha llegado a nuestros días el claustro, llamado del Aljibe  por el pozo que se encuentra en su centro. Se trata de un recoleto patio construido en ladrillo según el estilo mudéjar, con dos galerías formadas por arcos de medio punto peraltados y con alfiz, con tres arcos de este tipo en cada frente de la galería baja y cinco escarzanos en la alta; éstos se apoyan sobre pilares octogonales, en los que destaca la buena labor realizada en el ladrillo, y que recuerdan los que dan forma al claustro mudéjar del también franciscano monasterio de La Rábida, de edificación anterior y en el que se observa  un trabajo del ladrillo a nuestro parecer menos dominado. Una amplia cornisa separa la galería alta de un tercer cuerpo más pequeño que a modo de pretil está decorado con sencillas pilastras. Por su parte, las bóvedas de arista que cubren las galerías fueron restauradas en el siglo XVIII, momento en el que se le añadieron yeserías barrocas y nichos en forma de venera; desde el claustro, alrededor del cual se disponen las antiguas celdas en la planta alta (la actual comunidad habita las que están en el claustro nuevo), puede verse, mirando a occidente, una sencilla espadaña, con un sólo vano en forma de arco peraltado, que creemos puede datar también del siglo XVI.

El año 1607, merced al mecenazgo del Cardenal Fernando Niño de Guevara, se llevó a cabo la ampliación de la iglesia conventual hacia el oeste, edificándose una nueva capilla mayor, que se identifica con el espacio que hoy sirve de sacristía. La iglesia se adornó entonces con tres nuevos retablos, de líneas manieristas, pues sabemos que el mayor estaba formado por una hornacina central que albergaba la imagen de la Virgen de Loreto, mientras que en las calles laterales y el ático figuraban varias pinturas en lienzo, que suponemos representaban temas marianos y franciscanos, y completaban el conjunto dos pirámides de madera dorada con cristales que contenían sendas reliquias de San Hipólito y Santa Modesta, probablemente donadas también por el Cardenal; estos relicarios son los únicos restos que se conservan de aquél retablo, y los podemos ver hoy colocados sobre la cajonera principal de la sacristía. A ambos lados del presbiterio se colocaron sendos retablos igualmente de madera dorada, de los que sabemos que el del lado del Evangelio contenía en la calle central una imagen de San Francisco de Asís, y el del lado de la Epístola otra talla de San Diego de Alcalá, estando rematado este último por dos bustos de San Buenaventura y San Luis Obispo . En el último cuarto del siglo XVII la iglesia, especialmente su capilla mayor, sufrió nuevas reformas, pues se cambiaron los dos retablos colaterales, el primero de los cuales, dedicado a San Francisco, fue renovado hacia 1670 y costeado por el ya citado Juan de Tapia y Vargas. En 1698 se estrenó un nuevo retablo, frontero al anterior, para el altar de San Diego de Alcalá, que fue costeado por el devoto de Villanueva también citado Diego de Torres; esta interesante obra, que como la anterior no ha llegado a nuestros días, fue contratada el 4 de enero de 1698, por la hermana del difunto donante, Inés de Torres, con el retablista sevillano Cristóbal de Guadix, en precio de 2.000 reales y con un plazo de ejecución de dos meses .
Por otra parte, en una de sus visitas al convento, el entonces Arzobispo de Sevilla, don Ambrosio Spínola, propuso a los frailes que, teniendo en cuenta el gran desarrollo que había adquirido tanto en España como en América la devoción popular hacia fray Francisco Solano, aún no beatificado, se convirtiese la celda que el religioso había ocupado durante su estancia en el convento, en un oratorio, para recuerdo perenne de su ejemplar vida y edificación de las futuras generaciones; para este fin se contó de nuevo con las limosnas ofrecidas por Juan de Tapia, comenzando en 1670 unas obras que dieron como resultado lo que con pocas variaciones podemos ver en la actualidad, un sencillo espacio cuadrangular que se cubre con techumbre de madera. El oratorio sería restaurado posteriormente en 1763, 1798 y finalmente en 1885, reforma ésta última que patrocinó el devoto de origen chileno Demetrio O´Higgins, durante la cual se colocó el altar que hoy tiene. 

Finalizó el siglo XVII con otras reformas de importancia en diversas dependencias conventuales, entre las que cabe mencionar la apertura en 1690, en la planta baja del claustro mudéjar, de una capilla dedicada a Santa Ana, hoy conocida como del Amor Hermoso, la cual se cubre con bóveda de arista, y a la que se accede a través de un arco de medio punto; pensamos que este espacio es uno de los más antiguos del convento, y pudo servir de entrada a la iglesia antigua desde el claustro, pues aun se ve un arco apuntado ciego en la pared que da a la actual sacristía. En esta capilla se encuentra la sepultura del sacerdote Juan María del Toro y Gómez, hermano del célebre padre Miguelito, que ejerció a finales del siglo XIX como Capellán en Loreto y Párroco de Umbrete muchos años.      

La nueva iglesia y la ampliación del convento en el siglo XVIII

Al comenzar la centuria, dado que las dependencias conventuales eran aun las mismas que se construyeron tras la fundación del monasterio, con la sola reforma de la iglesia en 1607, era evidente la necesidad de una ampliación que pudiese dar cabida a un número de religiosos que no había dejado de crecer desde entonces. Fue éste el motivo que indujo en primer lugar a derruir el primitivo templo y edificar otro de nueva planta, cuyas obras comenzaron en 1716, bajo la guardanía de fray Pedro de Castilla, y se prolongaron por espacio de dieciséis años . En 1724 quedó cubierta la nueva iglesia, y tres años después se cerró el compás y se concluyó el coro, si bien no se pudo proceder a la consagración del templo hasta 1733, aunque en esa fecha todavía quedasen algunos elementos importantes pendientes de concluir, como era el caso del campanario, construido en 1734, y el camarín de la Virgen, finalizado un año después. En cuanto a la autoría del proyecto de la iglesia nueva de Loreto, nada conocemos documentalmente, si bien consideramos acertada la atribución que Antonio Sancho Corbacho hizo en su momento al arquitecto Diego Antonio Díaz, quien por entonces ocupaba el cargo de maestro mayor del Arzobispado hispalense. Se basa este autor en la similitud de esta iglesia con la del convento sevillano de Santa Rosalía, obra del citado arquitecto, a lo que puede añadirse la semejanza de determinados elementos, como el pórtico y la decoración de los muros interiores, con los que pueden verse en la capilla de Jesús Nazareno de Sevilla, que bajo la dirección de Díaz fue comenzada en 1724 .

El resultado de aquellas obras de la primera mitad del siglo XVIII es un espacio considerablemente amplio y bien distribuido, mucho más si se tiene en cuenta la espaciosa huerta que se extiende en la parte meridional del conjunto. Se accede al convento por un pórtico en el que, sobre el vano de acceso, adintelado y enmarcado por el típico moldurón mixtilíneo entre pilastras dóricas, aparece un segundo cuerpo flanqueado por grandes volutas, ancha cornisa y remate en piedra con otras dos volutas a modo de pinjante, situándose en su centro un antiguo azulejo con la imagen de la Virgen. A través de este pórtico se ingresa en el compás, en cuyo centro se halla un crucero, revestido de azulejos de montería, que fue colocado allí en 1757. Desde el compás se divisa la iglesia conventual, que puede describirse como una obra de contornos vigorosos, un tanto maciza, con la que puede decirse que Díaz retorna al gusto arquitectónico de fines del manierismo sevillano, estilo que por otra parte encaja muy bien con la austeridad que caracteriza a la Orden seráfica. Muy característico resulta asimismo el pórtico de la iglesia, dispuesto en tres vanos con diseño serliano, cuyo arco central descansa sobre cuatro columnas de mármol pareadas, y a sus lados aparecen sendos óculos sobre dinteles, el mismo diseño que se repite en la portería del convento, situada en el lado derecho del compás, aunque aquí las columnas se han sustituido por pilares. La portada propiamente dicha está conformada mediante un vano adintelado y festoneado por una moldura con diversos filetes mixtilíneos. Por su parte, el cuerpo superior de la fachada, construida en ladrillo limpio al igual que los muros, se halla delimitado por dos pares de pilastras dóricas de carácter ornamental, que a su vez flanquean una ventana central, mientras que el remate está constituido por un gran frontón triangular de cornisa poco pronunciada .

El interior de la iglesia es de planta sencilla, como corresponde a un templo conventual, con una única nave compartimentada en cinco tramos, separados mediante pilastras dóricas sobre las que descansa un entablamento de pronunciada cornisa en cuya base se observan pequeñas ménsulas, cubriéndose todo el espacio con bóveda de medio cañon con lunetos, ocupados estos últimos por ventanas; en el crucero, cuyos brazos no sobresalen al exterior en la planta de la nave, el arquitecto ha dispuesto una media naranja sin tambor y sin linterna, decorada con fajas radiales que convergen en un círculo central. A los pies, un amplio nártex de tres tramos se corresponde con el espacio superior destinado al coro. Tanto el campanario como el camarín son elementos que no figuraban como los vemos hoy en el proyecto inicial; la torre de campanas, adosada a la fachada norte de la iglesia, presenta una estructura curiosa al conjugar una base cúbica en principio destinada a una torre, y a la que se accede por una escalera interior, con una espadaña en la parte superior, que se apoya en una especie de contrafuertes conformados a base de grandes volutas, y cuyo diseño sigue los modelos de la arquitectura conventual sevillana del siglo XVII. En cuanto al camarín de la Virgen, nada queda hoy de aquella obra dieciochesca, pues este espacio sería completamente reformado en el siglo XX. Tampoco ha llegado a nuestros días la enfermería labrada en 1748, que constituía una nave separada en dos por cuatro arcos de medio punto sobre columnas de mármol, y estaba situada junto al muro oriental del claustro nuevo. Por su parte, este segundo claustro fue construido también en estos años centrales del siglo XVIII, en ladrillo enfoscado y encalado, con unas dimensiones mayores que el antiguo patio mudéjar; el claustro nuevo aparece porticado en tres de sus frentes, con circo arcos de medio punto en cada lado de la galería baja y escarzanos en la alta, enmarcados por pilastras a modo de alfiz, mientras que las galerías se cubren con bóvedas de bovedillas. Finalmente, en 1798 se construyó la escalera de cinco tramos que une los dos claustros y por la cual se accede a las galerías altas; sus peldaños aparecen decorados con azulejos de montería, y con pinturas al fresco de carácter ornamental en el techo, que simulan pies de madera y jarrones con flores y plantas,  motivos decorativos que enlazan el barroco tardío con el neoclasicismo.

Durante el siglo XIX no se conocen intervenciones dignas de mención, por lo que con el mismo aspecto que hemos descrito llegaría el convento a la segunda mitad del siglo pasado, cuando, concretamente el día 2 de junio de 1953, se produjo en Loreto un incendio que afectó gravemente a la cubierta de la iglesia y al camarín de la Virgen; para su restauración la comunidad se puso en contacto con Aurelio Gómez Millán, uno de los arquitectos más prestigiosos de entonces y autor entre otras obras de la sevillana Basílica de la Macarena, quien hubo de encargarse de la reconstrucción casi total de las bóvedas y la cúpula del crucero, así como de la consolidación de los elementos decorativos del templo y del claustro mudéjar, ascendiendo el presupuesto de las obras a 513.672 pesetas , y contándose para sufragarlo, entre otras limosnas, con las 25.000 ptas. que donó el propio Cardenal Pedro Segura. Posteriormente, en 1956, el mismo arquitecto se encargó desinteresadamente de la reforma y ampliación del camarín de la Virgen, resultando una obra nueva marcada con el sello personal de Gómez Millán, que fue costeada por un devoto llamado Ricardo de la Serna; el camarín es un espacio que mide 4,30 x 3,25 metros, y está cubierto por una cúpula de base ovalada con linterna que no trasciende al exterior, y que descansa sobre arcos de medio punto sobre pilastras dóricas, dos de los cuales cobijan sendas puertas que conducen a las escaleras laterales de acceso. Conforme al gusto del arquitecto, los paramentos aparecen bellamente decorados con mármol rosáceo, mientras que en las pechinas de la cúpula puede admirarse un conjunto de pinturas al fresco en tonos pastel realizadas, también desinteresadamente, por José Martínez del Cid, con motivos geométricos y representaciones figurativas de San Francisco Solano, San Buenaventura, San Bernardino de Siena y San Antonio de Padua, flanqueados por ángeles que portan cintas con inscripciones alusivas a los mismos, completando el conjunto la inscripción “Tota pulchra est María”, que aparece en la base de la linterna, y otras en las paredes con frases de Duns Scotto y del padre Luis Bolaños. Finalmente, cabe añadir que en los últimos años se ha edificado, en la parte oriental del convento, junto a la huerta, una nueva enfermería, con espacio también para el Archivo y la Biblioteca de la Provincia Bética, esta última muy rica en volúmenes, incluyendo un buen número de incunables.

La Virgen de Loreto.

La imagen de la Santísima Virgen de Loreto es una venerada talla en madera policromada que data de la segunda mitad del siglo XIV, si bien en los siglos siguientes su cuerpo sería mutilado, como le ocurrió a otras muchas imágenes de la misma época, adaptándola siguiendo el gusto popular para ser vestida, y efectivamente sabemos por los documentos más antiguos que en el siglo XVI ya contaba la Virgen con varios vestidos. Es por ello que para vislumbrar el aspecto primitivo que presentaba la imagen, debemos recurrir a otras que datan de los mismos años, y en este sentido, pensamos que la primitiva Virgen de Loreto tendría un aspecto muy similar a otra imagen que se conserva en la iglesia parroquial de la villa de Olivares, y que traemos a colación por tratarse de uno de los ejemplos más cercanos de la imaginería de aquella época; nos referimos a la Virgen del Álamo, que aparece sedente sobre el tronco de un árbol con el Niño Jesús de pie sobre su rodilla izquierda . Cambiemos el tronco del álamo por el de un olivo y obtendremos una visión que creemos debió ser muy semejante a la de la primitiva Virgen de Loreto hallada en 1384, curiosamente el mismo año que aparece en la leyenda de la Virgen del Álamo. Respondía por tanto la Virgen de Loreto al tipo iconográfico que J. Hernández Díaz denominó “Mater Admirabilis”, es decir, la representación de la Madre de Dios sedente, con el Niño Jesús en pie sobre la pierna izquierda, tratados ambos simulacros por el anónimo artista con el realismo propio del primer estilo gótico, consiguiendo a la vez traslucir una notable profundidad teológica.

De aquél primitivo icono sólo permanecen, sin embargo, los rostros y las manos de la Virgen y el Niño Jesús, porque sus respectivos cuerpos fueron profundamente transformados en el siglo XVIII, precisamente por el mal estado que presentaban, y por el deseo de los frailes de dotar a la imagen titular del convento de un aspecto completamente nuevo. Efectivamente, en el archivo conventual se conserva un escrito, dirigido seguramente al Provincial de la Orden y fechado en 1732, que dice textualmente lo siguiente: “Certificamos el padre Guardián y los padres Discretos del Convento de Ntra. Sra. de Loreto que aviéndose estofado y puesto en otra forma la Imagen de Ntra. Sra. de dicho convento no le sirven los vestidos con que antes se adornaba dicha Imagen, por lo cual suplicamos a V. P. M. R. se sirva de dar su decreto para que dichos vestidos se gasten en adornos de sacristía y altares los que pudieran ser. Así lo sentimos y firmamos en seis días del mes de octubre de mil y settecientos y treinta y dos años. Fdo. Fray Fernando Velasco, Fray Pedro Velasco, Fray Francisco Narbona y Fray Bartolomé Fernández”. Y en otro documento del año siguiente se nos amplía la información sobre el alcance de la reforma a la que fue sometida la imagen: “Primeramente se ha estofado la Imagen de Ntra. Sra. de Loreto primorosamente, y se ha hecho el cuerpo de talla y al rostro se le ha dado de barniz por estar toda muy maltratada. Y se le ha hecho una peana de plata de martillo, un sol de plata con rayos de lo mismo, que abraza toda la Imagen (...), se le ha renovado y dorado una corona imperial de plata de Ntra. Sra. y la del Niño que tiene su Majestad en sus manos, el que también se ha renovado y estofado” .  

El resultado de la transformación de 1732 es el que vemos hoy, en una bella y original iconografía que recoge diversos elementos de la historia de su hallazgo, pues vemos a la Virgen en una hermosa escultura de pequeño tamaño (40 cm de altura sin la peana, las mismas dimensiones que debió tener en su origen), sedente sobre una nube, mirando ligeramente hacia abajo con cierta melancolía, y sosteniendo con su mano izquierda al Niño Jesús y con la derecha un cetro de plata; lleva la Virgen un manto que se abre ampliamente en el lado izquierdo cubriendo las rodillas y que cae en pliegues diagonales hacia la derecha, para luego recogerse en el brazo izquierdo; tiene también tallada la toca, que cubriendo la cabeza cae sobre los hombros hasta casi la cintura. El vestido se ha estofado en oro, al igual que el manto, que presenta una bella policromía azul con estofado a base de flores al exterior y punteado en el interior. El rostro, que según se dice en los documentos se conservó de la imagen original, es juvenil, con encarnadura suavemente rosácea, cejas arqueadas y boca pequeña y cerrada, que esboza una leve sonrisa. Los mismos rasgos presenta la imagen del Niño, al que igualmente se reencarnó y se le talló un nuevo cuerpo en 1732, y en el que destaca su posición inestable sobre la rodilla de la Madre, así como la graciosa disposición de la túnica, que deja ver parte de las pantorrillas, los pies y los antebrazos. Ambas imágenes presentan una talla poco profunda, a excepción del vuelo del manto, amplio pero con sencillos pliegues. Nada sabemos del autor de tan importante reforma, si bien algunos indicios permiten atribuir la misma a un maestro de primer orden de la escuela sevillana, como no podía ser de otra forma al tratarse de una obra de gran importancia para la comunidad de Loreto; en ese sentido hay que señalar que determinados rasgos recuerdan las imágenes religiosas gubiadas por Pedro Duque Cornejo en estos mismos años, como es el caso de la amplia oquedad del manto, si bien pensamos que en el aspecto general de la obra el artista que fuere hubo de respetar, por indicación de los custodios del santuario, la mayor semejanza posible con la iconografía anterior de la venerada imagen, lo que hace que el resultado no obedezca solamente, como hubiera sido normal en una obra de nueva factura, a la personalidad artística de un escultor del barroco hispalense. Completan la iconografía de la Virgen de Loreto dos pequeñas figuras que representan sendas mujeres arrodilladas y ataviadas a la manera morisca, unidas a la Virgen por sendas cadenas de plata que parten de sus divinas manos, en recuerdo de las dos esclavas que según la tradición fueron liberadas por la Virgen, y con las cuales apareció la Imagen en 1384; creemos que por su arcaísmo deben ser de factura tardomedieval (siglo XV),  pero que debieron ser igualmente retocadas en la reforma de 1732. Finalmente, en torno al año 1850 el escultor sevillano Gabriel de Astorga Miranda talló, por encargo de doña Manuela Illanes, vecina de Umbrete, las nueve pequeñas cabezas de ángeles, de inspiración barroca, que figuran en la nube sobre la que aparece sentada la Virgen .

Aprovechando la transformación de la imagen mariana, se realizaron en plata nuevas coronas, cetro, ráfaga, y una alta peana cuya parte superior se asemeja a un tronco de olivo, por haber sido hallada la Virgen, según la tradición, en ese lugar. Nos ocupamos en este apartado de este conjunto argénteo porque pensamos que su hechura va inseparablemente unida a la transformación de la Imagen mariana, a la cual dota de una inconfundible personalidad; para su realización  se emplearon 82 onzas de plata, y fue costeado por un ilustre religioso que como hemos indicado debió actuar, además de como donante, como consejero artístico en la reforma de la Titular del convento, fray Francisco de San Buenaventura. Tanto la peana como la corona ostentan el punzón del platero sevillano José Villaviciosa, cuya actividad está documentada entre 1715 y 1746, y también la corona del Niño y la ráfaga deben atribuirse al mismo artista, constituyendo todo el conjunto un buen exponente del triunfo de la decoración carnosa de tipo vegetal realizada con la técnica del repujado; la peana mide 42 cm, consta de una base troncopiramidal en madera recubierta casi totalmente de plata, y sobre ella se eleva un tronco de olivo, cuya superficie está decorada con motivos alegóricos marianos y el escudo del donante en el frente. Por su parte, la corona de la Virgen mide 10 cm de altura y es de tipo imperial, decorada con motivos vegetales y piedras de colores, mientras que la del Niño es de aro, y tiene piedras de mayor tamaño. En lo que respecta a la característica ráfaga, consta de dos cuerpos que se unen tras los hombros, con alternancia de rayos solares lisos y flambeados con estrellas, decorándose su superficie con óvalos, tréboles y cabezas aladas de querubines en plata sobredorada, rematando el conjunto una cruz de sección romboidal en cuyo centro aparece una esmeralda. Durante muchos años estuvo colocada a los pies de la Virgen una media luna también de plata, hoy desaparecida, que sabemos por los inventarios antiguos que pesaba cuarenta onzas, tal como puede comprobarse en un grabado que se conserva en la sacristía de la iglesia parroquial de Villanueva del Ariscal.  

Estudio realizado por D. Francisco Amores. Más información en ESPARTINAS. HISTORIA, ARTE Y RELIGIOSIDAD POPULAR