Iglesia Parroquial de la Asunción

Turismo

Visita Virtual
rocío
escudo_hermandad
bannerbus

Iglesia Parroquial de la Asunción

Aunque este capítulo está dedicado al estudio y descripción del patrimonio artístico de la iglesia parroquial de Espartinas, nos ha parecido interesante introducir el mismo con algunas notas de carácter histórico, extraídas fundamentalmente de los documentos conservados en el Archivo Parroquial, que nos ayuden a situar en su contexto las circunstancias que a lo largo del tiempo han ido conformando ese acervo patrimonial. Algunas piezas de orfebrería que se guardan en el tesoro de la sacristía nos hablan de la vida parroquial a comienzos del siglo XVI, si bien las referencias documentales más antiguas que hemos podido localizar se remontan al año 1556, y ya en ese tiempo la parroquia de la Asunción de Espartinas estaba íntimamente ligada a la de San Bartolomé, del “lugar” de Paternilla de los Judíos, una pequeña población que existía entonces entre Espartinas y Villanueva del Ariscal; sabemos que ambas parroquias tenían un mayordomo común, unos libros sacramentales también comunes para los fieles de ambas feligresías, y probablemente también un mismo cura párroco. Esta vinculación tendría consecuencias importantes para el tema que nos ocupa, porque cuando la pequeña iglesia de San Bartolomé fue derribada a finales del siglo XVII, por no ser necesaria para la corta población de Paternilla, parte de sus materiales y de su patrimonio pasarían a engrosar el de la fábrica parroquial de Espartinas.

Igualmente importante es conocer las capellanías o memorias de misas existentes en la iglesia parroquial a lo largo del tiempo, pues con su producto económico se financiaba parte de las adquisiciones de ornamentos necesarios para el culto, y las obras y reparos que cada cierto tiempo se ofrecían en el templo. En este sentido, de otro libro del mismo archivo, titulado “Libro de imposiciones, testamentos y mandas pías”, en el cual se recogen los bienes (generalmente fincas rústicas y urbanas) que las familias pudientes del pueblo legaban por testamento a la fábrica parroquial, se nos informa por ejemplo de que el año 1575, una señora llamada Leonor Fernández, esposa de don Sebastián Alonso, matrimonio que vivía en una casa palacio en la Calle Real de la villa, instituían una memoria de misas en la parroquia. A mediados del siglo XVII se registran otras dos capellanías, que habían sido fundadas respectivamente por Diego Melgarejo e Inés de Torres, ambos vecinos de Sevilla, y en el siglo siguiente se añadieron las de María Gómez y Francisca Limón. Por último, a mediados del siglo XVIII se trasladó a la parroquia de Espartinas la capellanía que había fundado la señora María de las Roelas en la Ermita de Megina, cuando se procedió al derribo de la misma. Los ingresos que obtenía la fábrica, por estos conceptos y otros como diversos tributos y limosnas, ascendían en 1695 a 11.084 maravedíes. En este mismo sentido, para hacernos una idea del capital que administraba la fábrica a finales del siglo XVII, puede decirse que los ingresos del año 1698 ascendieron a 325.342 maravedíes, y los gastos a 252.473, cantidades que habían variado muy poco un siglo después, pues el año 1771 se gastaron 293.794 maravedíes y se ingresaron solamente 287.049 .

Otro elemento de gran importancia en la evolución del patrimonio artístico parroquial es la intervención de los arzobispos y de los clérigos que visitaban la parroquia en su nombre periódicamente, pues de estas visitas se derivaban unos “mandatos”, que muchas veces incluían instrucciones para realizar determinadas obras, o bien para comprar objetos de plata u ornamentos que se estimaban necesarios para el debido decoro de las celebraciones litúrgicas Aunque se expondrán más adelante algunos ejemplos de lo anterior, podemos adelantar que, según los libros parroquiales, podemos adelantar que varios arzobispos y cardenales visitaron personalmente la iglesia en las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII, coincidiendo con la época de mayores transformaciones en su estructura arquitectónica y su ornamentación interior, lo que a veces se explica porque se hallaban residiendo muy cerca del pueblo, en su residencia palaciega de Umbrete. El arzobispo Jaime de Palafox, por ejemplo, visitó Espartinas en tres ocasiones (cosa poco frecuente para la época, y menos en una población que por entonces no albergaba una población numerosa), en la primavera de los años 1688, 1691 y 1700, mientras que el cardenal Manuel Arias lo hizo en 1705, y el arzobispo Luis de Salcedo en 1725.

A falta de noticias sobre el aspecto que presentaba la iglesia de Santa María de la Asunción en épocas precedentes, los testimonios documentales más antiguos de los que disponemos describen el estado del templo en la segunda mitad del siglo XVII, incluyendo los distintos altares, así como la plata y los ornamentos litúrgicos de los que entonces se disponía. Estos datos se contienen en un inventario realizado el año 1698 por Juan Pablos Morera, mayordomo de la fábrica parroquial, que había recibido el visto bueno el visitador del Arzobispado, José Morales, quien llegó a Espartinas ese año por mandato del arzobispo Palafox . Este inventario nos sirve para conocer las obras de arte desaparecidas, pero también para fijar la antigüedad de otras que afortunadamente sí se conservan.

En el presbiterio se hallaba el retablo mayor, que estaba compuesto por catorce pinturas en lienzo, enmarcadas por molduras doradas, cuya temática desconocemos, además de un sagrario de madera dorada. En la mencionada capilla sacramental se hallaba otro retablo, realizado también en madera dorada en estos años finales del siglo XVII, cuya hornacina albergaba la imagen de la Virgen del Rosario,  “de estatura natural”, además del sagrario propiamente dicho. En las naves laterales había otros tres altares, aunque dos de ellos, fronteros uno del otro, no eran más que “nichos de yeso pintado y estofado”: el primero estaba dedicado al “Santo Cristo”, imagen que puede identificarse con el Crucificado de la Sangre, que aún subsiste,  a su lado una imagen de Nuestra Señora de la Soledad “de cuerpo natural”, y al otro lado del altar una escultura pequeña de San Bartolomé, del que se dice que era “antiguo, dorado y estofado”. Esta escultura, que no se conserva, se trajo con toda seguridad de la iglesia dedicada a este santo en Paternilla de los Judíos. En el altar correspondiente a éste en la otra nave (no se especifica si la del Evangelio o la de la Epístola), estaba el dedicado a la Virgen de Consolación, que era una imagen de estatura natural “vestidera con el niño en los brazos”, la misma que aún hoy recibe culto en otro lugar de la iglesia. Por último, en una de estas naves se situaba el último de los altares, dedicado a las Ánimas Benditas del Purgatorio, que consistía en un cuadro que representaba este tema, inserto en un retablo marco de madera tallada y dorada de más de dos metros de largo por casi dos de ancho, y a sus pies un sitial o banco “de lienzo pintado con hueco de seda”. Este banco, al igual que el altar, debía estar a cargo de la Hermandad de las Ánimas Benditas, que existía entonces establecida en la parroquia.

En cuanto a las demás pinturas de devoción que adornaban las paredes, su número no era muy grande, pues sólo se inventariaron cinco cuadros en la iglesia, dos a los lados del altar mayor, uno de la Virgen del Pópulo y otro de San José, otros dos en el cuerpo de la iglesia, de tamaño algo mayor que los anteriores, que representaban a San Francisco y San Cayetano, y finalmente un lienzo de las mismas dimensiones, con el tema del Bautismo de Jesús, que estaba colocado en la capilla bautismal, según las instrucciones que sobre este tema había dado para toda la Diócesis el arzobispo Palafox. En esta última capilla se cita también la pila bautismal, “de piedra jaspe con su pileta en medio pequeña”, la misma que aún se conserva. Por último, y volviendo al capítulo pictórico, se citan como existentes en la sacristía un cuadro de la Inmaculada Concepción, de unos 85 cm de alto, y otro más pequeño de un Santo Cristo de la Humildad.

Se incluyen también ampliamente en este inventario las piezas de plata de que disponía la parroquia, de las cuales sólo se conserva una pequeña parte. Se mencionan dos cálices, uno de los cuales es el más antiguo que aún se conserva, cuyo peso se establece en 27 onzas y media, así como la cruz parroquial, con el crucifijo dorado y un peso de 99 onzas; sólo se cita un copón, el cual también permanece aún en la sacristía, que pesó 14 onzas, y un viril “con su pie”, de metal dorado. Había también tres lámparas de plata, la del altar mayor y la capilla del Sagrario, ambas del mismo peso y tamaño, y la que alumbraba en el altar de la Virgen de Consolación, un poco menor. También se menciona otra lámpara mucho más pequeña que se había traído de la iglesia de San Bartolomé de Paternilla, así como varios juegos de vinajeras y dos “cajitas” de plata, una para los Santos Óleos y otra para llevar la Sagrada Comunión a los enfermos. Ciertamente amplio es el apartado de las coronas, entre las que destacaba “una de niño que servía al de la Imagen del Rosario antigua que es de plata y pesa dos onzas y media”, además de las coronas de las imágenes marianas, la Virgen del Rosario y su Niño Jesús, la de Consolación y la de la Soledad, y las tres potencias del Crucificado

Se detallan asimismo los llamados ornamentos sagrados, tales como albas, casullas, paños de hombros, etc, así como dos guiones, uno blanco y otro encarnado, y dos palios similares, que se usaban en las procesiones con el Santísimo. Por último, se menciona también la existencia en la iglesia de otros dos sagrarios de los llamados portátiles,  uno dorado que se trajo de la citada iglesia de  Paternilla, y que se usaba para el Monumento del Jueves Santo, y otro de madera pintada que había estado en el antiguo retablo de la capilla sacramental, que había sido recientemente sustituido.

La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción es un templo de tres naves, separadas por arcos de medio punto que descansan sobre pilares, mientras que en la cabecera se dispone la capilla mayor, flanqueada a la derecha por la capilla de la Virgen de Consolación y a la izquierda por la sacristía; adosada a la nave de la Epístola se halla la capilla sacramental, a la que se accede por un gran arco de medio punto, y a los pies de la misma nave se sitúa la capilla bautismal, de menor tamaño que la anterior. Por último a los pies del templo aparece el nártex, con espacio superior para el coro, que ocupa la mitad del espacio del primero de los arcos, y al que se accede por una escalera lateral situada en la nave del Evangelio. La nave central se cubre con artesa de madera a dos aguas, a un agua en las laterales, mientras que en el crucero aparece una bóveda vaída, que es de medio cañón en el ábside y el crucero; las capillas sacramental y bautismal se cubren con techumbre plana. De esta somera descripción inicial del edificio parroquial se desprende ya a primera vista una gran amalgama de elementos constructivos diversos, de épocas y estilos diferentes, que se explican por ser el resultado de un largo y complejo proceso constructivo que se extiende desde al menos el siglo XVI hasta prácticamente nuestros días. De ahí que consideremos necesario analizar la evolución de la edificación del templo, deteniéndonos en los momentos más importantes de su desarrollo, las causas que motivaron las modificaciones y ampliaciones, y los artífices que las llevaron a cabo.
 
El núcleo más antiguo del edificio es el espacio constituido por las tres naves con sus cubiertas de tejas al exterior, y al interior las dos hileras de tres arcos cada una sobre anchos pilares que separan la central, más ancha, de las laterales; adosada al último de los arcos estaría la antigua capilla mayor, más pequeña que la actual, pues no había crucero propiamente dicho, y a los pies, en el mismo lugar que en la actualidad, se hallaba el coro y la portada principal, cuya puerta de acceso se correspondía con el campanario en forma de espadaña. Se trataba por tanto de una edificación de tipo mudéjar, no muy espaciosa, que aunque originalmente se edificó en el siglo XVI, hubo de ser muy reformada parcialmente, según todos los indicios, entre 1655 y 1667 , y posteriormente se construyó la capilla sacramental hacia 1695. Era éste el tipo de iglesia parroquial común en la mayor parte de los pueblos de la comarca, pues la misma disposición sabemos que tenía la primitiva parroquial de Umbrete, así como la de Villanueva del Ariscal antes de ser reedificada.

A lo largo de todo el siglo XVIII se llevó a cabo una importante reforma y ampliación de la iglesia, motivada por el deterioro que con el tiempo había ido sufriendo la primitiva fábrica mudéjar, pero sobre todo porque su espacio se había quedado manifiestamente pequeño por el aumento, si no muy repentino, sí paulatino que había ido sufriendo la población de la villa. Ya desde finales del siglo XVII se venía poniendo de manifiesto, por parte de los sucesivos visitadores del Arzobispado, la necesidad de acometer obras de mejora en el edificio, y así nos consta que el arzobispo Palafox había mandado que se utilizase en ellas parte de los materiales resultantes de la demolición de la iglesia de Paternilla, sin perjuicio de que con los que sobraran se edificara una pequeña nueva ermita en aquél lugar “para que sus vecinos tengan paraje en que cómodamente puedan oyr missa” . Pero no fue hasta noviembre del año 1717 cuando el párroco y el mayordomo de la fábrica se dirigieron a los canónigos de la Catedral de Sevilla, a quienes correspondía la administración de lo recaudado por los diezmos en Espartinas, para exponerles la urgente necesidad de ampliar el espacio del templo, y argumentaban entre otras cosas que los fieles no cabían en él a la hora de la celebración de los cultos, especialmente en los días de fiesta y durante los oficios de la Semana Santa, llegando a afirmar que en estas ocasiones había que sacar el púlpito a la calle para que los feligreses pudieran oir el sermón. Atendiendo a esta petición, el Cabildo catedralicio dispuso que se embargase la cuarta parte de los diezmos y se destinase a sufragar estas obras, para las cuales el arquitecto diocesano Diego Antonio Díaz ya había hecho una primera visita y aprecio, pero lo cierto es que al poco tiempo los canónigos se volvieron atrás y consideraron que la ampliación no era una necesidad urgente. En un segundo intento, la fábrica de la parroquia de la Asunción volvió a dirigirse a la Diputación de Negocios del Cabildo solicitando de nuevo la aprobación y la asignación de los caudales necesarios para ampliar la iglesia, y los canónigos volvieron a estudiar el tema, llegando a cotejar los datos del padrón para comprobar que el aumento de la feligresía era real; tras ello volvieron a encargar al maestro mayor Diego Antonio Díaz un nuevo proyecto de obra, aunque ahora se le pidió expresamente que rebajase el costo del mismo, lo que hizo aminorando la cuenta de los 3.500 ducados en que lo había tasado en 1717, pasando a los 3.000 .

Por fin, el 13 de enero de 1727, el maestro albañil Andrés de Silva se obligaba ante notario con el Deán y Cabildo de la Catedral hispalense a ejecutar las obras de ampliación de la iglesia de Espartinas, “con las condiciones y según se expresa en la visita y aprecio que de ellas hizo Diego Antonio Díaz maestro mayor de dicha Santa Yglesia y fábricas deste Arzobispado ante el dicho notario en veinte y siete de henero del año mil setezientos y veinte y cinco” ; sabemos que anteriormente otro maestro, llamado Manuel de Silva y posiblemente pariente del anterior, había presentado otro proyecto ofreciéndose a hacer la obra a menor costo, pero que fue desestimado por los patrocinadores. El presupuesto finalmente aprobado de Andrés de Silva ascendía a 33.000 reales de vellón, y consistía primeramente en “incorporar en dicha yglesia un sitio de doze baras de largo que está detrás del altar maior para más amplitud della y demoler todo el testero de pared del dicho altar maior, capilla del sagrario y sacristía, y con este sitio hacer el primer arco toral”. Es decir, la obra consistía en demoler la cabecera del viejo edificio, y ampliarlo unos diez metros hacia el este, y sabemos por un testimonio que se conserva en el archivo parroquial que para esta ampliación hubo que utilizar el espacio de un solar que pertenecía a don Melchor Maldonado de Saavedra, Caballero Veinticuatro de Sevilla y familiar de los condes de Castellar, quienes a su vez eran entonces propietarios de la hacienda de Tablantes ; a cambio de la cesión del solar, la fábrica parroquial se obligó con dicho señor a pagarle un tributo anual de siete reales, obligación que siguió vigente al menos hasta el año 1760.

La labor de Andrés de Silva, según el proyecto trazado por Diego A. Díaz, consistió en ampliar la iglesia por la cabecera abriendo tres nuevos arcos, uno en cada nave, edificar la nueva capilla mayor en el presbiterio, y a ambos lados de ésta levantar una nueva capilla para el Sagrario, que se corresponde con la actual, y al otro lado la sacristía, que estaría en el solar de lo que hoy es la capilla dedicada a la Virgen de Consolación, ocupando estos dos nuevos espacios una superficie de cinco metros de largo por dos de ancho. Del mismo modo se obligaba el maestro alarife a cubrir el espacio central del teórico crucero resultante con una bóveda vaída, y los demás espacios con bóvedas de medio cañón con lunetos, así como a continuar en ellos la cornisa de la nave, labrar las gradas del presbiterio, agrandar por fuera la lonja que rodeaba el primitivo templo, reparar los tejados y finalmente colocar dos nuevas vidrieras en los muros de los extremos del crucero. Se abrió entonces también la puerta lateral del lado del Evangelio más cercana al presbiterio, mientras que al exterior, la bóveda vaída del crucero se tradujo en una cubierta cúbica poco sobresaliente, con tejado a cuatro aguas, y en el centro un alto pedestal de ladrillo enfoscado sobre el que se colocó una cruz de hierro con su bola y veleta. Volviendo al interior, de esta misma reforma datan las yeserías que, a modo de friso clásico, recorre los muros de la nave central, sobre los arcos, con un diseño en estilo dórico muy del gusto del arquitecto Diego Antonio Díaz.

A mediados de siglo se volvieron a acometer nuevas reformas en el templo, motivadas con toda probabilidad por los daños que en toda la zona occidental de Andalucía produjo el llamado terremoto de Lisboa, ocurrido el 1 de noviembre del año 1755, que produjo en muchos casos la ruina de numerosos templos, si bien el parroquial de Espartinas resistió lo suficiente para que sólo se necesitasen algunas reformas, las cuales dotaron al edificio del aspecto exterior que aun hoy presenta, con muy pocas variaciones. En la visita del año 1765 el visitador Domingo Pérez de Rivera había dejado mandado que se ejecutase “la obra del campanario, como está mandado por repetidas visitas y por el Sr. Provisor arreglándose a el diseño y aprecios que a este fin se hicieron”, es decir, hacía ya tiempo que el campanario se hallaba en malas condiciones, y éste fue el motivo del requerimiento de la presencia del entonces arquitecto de la Diócesis. Esta vez el arquitecto encargado de visitar la parroquia de Espartinas fue el hijo de aquél maestro albañil que había ejecutado las obras de ampliación cuarenta años antes; nos referimos a Pedro de Silva (1712-1784), quien entre los años 1756 y 1782 desempeñó el cargo de Maestro Mayor de obras del Arzobispado de Sevilla. Pues bien, tras la referida visita, el arquitecto propuso como necesaria la restauración de los muros de la nave del Evangelio, las cubiertas de la capilla mayor y la azotea situada junto al campanario, y además sugirió la oportunidad de sustituir la bóveda vaída del crucero por una cúpula de media naranja , aunque la misma no se llegó a hacer, seguramente por falta de presupuesto. Efectivamente, entre los años 1766 y 1767 se llevaron a cabo las obras, durante las cuales se hizo una torre con su campana, con una escalera de caracol interior para acceder a la misma ,  se colocó una nueva solería en la iglesia y se repararon sus muros interiores y exteriores. El director de estas obras fue Francisco Romero, que presentó factura pormenorizada del costo de las mismas, en las que se titula Maestro Mayor de Obras de la Ciudad de Sevilla. En lo que respecta al campanario, el coste ascendió a 10.312 reales, de los cuales 9.396 fueron para pagar los materiales y el trabajo de los albañiles, 390 que cobró el maestro herrero Tomás Márquez por hacer la nueva cruz con su veleta, y 50 reales que cobró Juan José Robledo por pintar y dorar la misma .

En cuanto a la obra del campanario, manifestamos serias dudas acerca del alcance que tuvieron realmente las mismas. En primer lugar, porque según la documentación que se conserva tanto en el Archivo del Arzobispado como en el parroquial de Espartinas, no está nada claro que se hiciese una nueva espadaña; en primer lugar, las instrucciones que dio el maestro mayor Pedro de Silva se refieren a las obras de mejora en la azotea que estaba junto a la misma, pero no dice que hubiese que hacer una nueva. En segundo lugar, resulta bastante extraño que en aquellos años de la segunda mitad del siglo XVIII los arquitectos y alarifes encargados de estas obras optasen por un modelo de torre de campanas, en forma de espadaña, que ya no estaba en boga, pues era más propio de la arquitectura conventual sevillana del siglo XVII, mucho menos frecuente en los templos parroquiales. Por el contrario, en la segunda mitad del XVIII los campanarios que se levantan tras el terremoto de Lisboa son en su mayor parte del tipo de torre, con cuatro vanos para las campanas y chapitel superior de diversas formas, y de este tipo son los que diseñó Pedro de Silva en la mayoría de los templos proyectados por él. Además, otro elemento que nos llama la atención es el hecho de que la factura que dio a la fábrica Francisco Romero llevaba el encabezamiento “Torre y campana”, lo que nos lleva a pensar si lo que realmente labró este maestro alarife no sería el espacio cúbico, con aspecto de torre, que se halla en el ángulo noroccidental del templo, con su campana, cruz y veleta en la parte posterior, lindante con la espadaña. De ser así, esta espadaña que aun existe sería la misma, con algunas reformas de carácter más bien ornamental, que poseía la iglesia desde el siglo XVII, y no una obra nueva levantada por Francisco Romero en 1767. Abundando en la personalidad de este alarife, hay que decir que era natural de Morón de la Frontera, que vivió en la sevillana calle del Naranjuelo, en el barrio de San Lorenzo, y que trabajó a las órdenes del arquitecto Pedro de Silva, hasta que falleció en 1778 .  El año 1950 la torre de la iglesia volvería a ser reformada parcialmente, aprovechándose entonces para colocar una nueva campana, para cuya fundición, en la que se reutilizó el bronce de la vieja, el Ayuntamiento de la villa acordó en sesión celebrada el día 15 de octubre contribuir con cuatrocientas pesetas .

Puede afirmarse que el airoso campanario es el elemento arquitectónico más característico de la iglesia parroquial, porque su considerable altura permite que se divise desde lejos, y reconocer así el emplazamiento del templo en un entorno urbano muy abigarrado. Inspirada como decíamos en las espadañas conventuales, y colocada a eje con la antigua portada principal a los pies del edificio, que consiste en un sencillo vano de medio punto entre dos pilastrones, la torre de campanas presenta un diseño muy clásico, en el que predomina una acusada verticalidad, destacando asimismo poderosamente el contraste de la policromía de sus paramentos, con la que se le ha dotado en las últimas restauraciones, con el blanco de la cal del resto del edificio. Sobre un banco o pedestal sobre la cornisa de la fachada se dispone el primer cuerpo, en el que se disponen dos vanos de medio punto peraltados para sendas campanas, y colocados entre tres pilastras dóricas, que se repiten en los laterales con otras dos de mayor anchura; sobre las pilastras aparece un friso muy modurado y sobre él una ancha cornisa muy sobresaliente en los cuatro lados. El segundo cuerpo, de menor altura, consiste en otro vano del mismo tipo que los anteriores, rematado por un frontón triangular con pronunciada cornisa, todo ello entre dos volutas laterales que descansan sobre pedestales. Por su parte, en el ángulo noroccidental del templo, junto al campanario, aparece una sencilla construcción que, destinada en principio a formar parte de una torre, podría corresponderse con la reforma llevada a cabo en 1767, y no es más que un refuerzo a la azotea por la que se accede al campanario, que en la actualidad alberga un reloj y una campana en su parte superior, rematada por una cruz con su veleta. También en la segunda mitad del siglo XVIII se abrió la que hoy es portada principal de la iglesia, a los pies de la nave del Evangelio hacia la antigua Calle Real, configurada en estilo neoclásico a base de un vano central de medio punto entre dos pilastras dóricas sobre pedestales, ambos elementos arquitectónicos con fuste cajeado y pintado en tonos ocres, un friso superior con cuadrados ornamentales en las metopas, y finalmente un gran frontón triangular de remate. Ya en el siglo XIX, existen noticias de unas obras de reparación efectuadas en el templo el año 1843, cuyo alcance e importancia no conocemos.

La capilla sacramental, adosada al cuerpo de la iglesia en el lado meridional del crucero, es un espacio amplio, muy reformado en diversas épocas, aunque sus muros perimetrales, si exceptuamos el de levante, son los mismos que edificó Andrés de Silva en 1727; se accede a la misma a través de un arco de medio punto de gran luz, y tiene planta cuadrangular y cubierta plana. A finales del siglo XIX o principios del XX se modificó sustancialmente su parte oriental para abrir el camarín en el que se colocó el altar del Sagrado Corazón, al que se accede por una escalera lateral, y en fecha desconocida se abrió el arcosolio frontal a la portada donde se halla el Sagrario, y más recientemente se horadó igualmente el muro occidental, donde se colocó una hornacina y se abrieron dos ventanas laterales que dan al patio de la casa parroquial, decoradas con artísticas vidrieras en las que aparecen diversos motivos de carácter eucarístico, y finalmente se ha colocado un zócalo de azulejos sevillanos. Por su parte, la capilla bautismal, situada a los pies del templo igualmente en su lado meridional, es un espacio más pequeño y asimismo muy reformado en el siglo XX, de planta cuadrada y cubierta plana, que tiene en el centro la pila bautismal, en mármol blanco, la cual presenta en el pedestal la siguiente inscripción relativa a la fecha de su hechura: “Siendo Mayordomo de esta fábrica el Licenciado Francisco Gómez Limón hizo esta pila año de 1627"; en la capilla se ha abierto un nicho a modo de altar y una ventana con vidriera que da al patio.